Poder contra poder
Los poderosos, en sus múltiples facetas, constituyen una casta que se ubica por encima de los demás.
28/01/2011 JUAN MANUEL Aragüés
La teoría contemporánea sobre el poder, uno de cuyos hitos fundamentales se halla en la obra del francés Michel Foucault, entiende que este no tiene una ubicación precisa, sino que las relaciones de poder lo inundan todo, tejen el conjunto de las relaciones humanas. Desde la familia hasta la empresa, pasando por el aula, el grupo de amigos, todo está lleno de relaciones de poder. El poder no es privilegio de gobiernos e instituciones políticas, sino que impregna el conjunto de la sociedad y se construye en las relaciones.
Una consecuencia que se desprende de esa lectura del poder es que, de algún modo, todos poseemos algo de poder. Pero ese poder no está repartido de manera equitativa, es decir, que, es una obviedad, no somos igual de poderosos. Y esa diferencia de poder imposibilita la ingenua teoría de la igualdad de los ciudadanos.
En un momento en el que los estados han sido desprovistos de buena parte de su poder, de su capacidad de decisión, son otros poderes los que se encargan de establecer la agenda política a la ciudadanía. Esos etéreos mercados, a los que podríamos dar nombres y apellidos concretos a nada que nos empeñáramos, están detrás de las medidas que ahora se plantean como necesarias.
EL PODER SE MUESTRA en la sonrisa de un Emilio Botín, presidente del Banco de Santander, que ve alborozado sumarse a sus constantes y astronómicos beneficios los que se derivarán de la desprotección social de los trabajadores, empujados, a fuerza de mensajes apocalípticos y propaganda, a hacerse planes privados de pensiones a mayor beneficio, vaya casualidad, de los bancos, que son los que exigen políticas de erosión de las prestaciones sociales, como la jubilación.
Significativo resultó ver a Zapatero buscando con la mirada a Botín en el reciente acto en el que el presidente del Gobierno presentaba el balance económico del año. Este, sentado en primera fila, escuchaba al presidente del Ejecutivo desgranar las medidas que los poderosos le habían susurrado previamente al oído y que vienen reclamando desde tiempos inmemoriales. Con crisis y sin crisis. Paradójicamente, quienes han provocado la crisis con su insaciable e inmoral voracidad, se consideran legitimados para plantear la salida a la misma. No hay duda de que, en cuestiones de poder, los ciudadanos no son iguales.
Lo mismo cabe decir para las relaciones internacionales. Israel acaba de hacer públicos los resultados de su investigación sobre el asalto de su ejército a la flotilla que llevaba alimentos a Gaza. Califica el asesinato de nueve tripulantes como acto de legítima defensa. Occidente y EEUU se dan por satisfechos. No es difícil imaginar lo que hubiera dicho y hecho la comunidad internacional (un eufemismo que indica dónde se halla el poder en las relaciones internacionales) si un acto de esas características se hubiera realizado en otros lugares.
El análisis de los mecanismos de poder en las sociedades contemporáneas no deja lugar para muchas dudas. Que los poderosos, en sus múltiples facetas, constituyen una casta que se ubica por encima de los demás, que consigue, incluso, que la ley se ajuste a sus necesidades, como ocurrió con el mencionado Botín, hasta el punto de que la escandalosa excepción legal que se le aplicó para que saliera de rositas en una de sus comparecencias ante los tribunales ya se conoce como doctrina Botín, es un hecho constatable.
Frente al poder de los poderosos, el limitado, exiguo, poder de la ciudadanía. Sin embargo, ese exiguo poder puede multiplicarse si la ciudadanía busca lo común, lo que les une en intereses colectivos. Los tunecinos nos están dando un ejemplo estos días de movilización democrática, de empoderamiento, de construcción común de poder frente al poder de los poderosos. Saben --quizá lo hayan aprendido considerando la contraria experiencia española-- que para borrar una dictadura es preciso borrar todos sus engranajes. Esa construcción de lo común es lo que teorizó uno de los más relevantes filósofos de la Modernidad, Spinoza.
En su filosofía política, Spinoza establece la existencia de una estrecha vinculación entre poder y derecho. Según él, cuanto más poder se posee más derecho(s) se alcanza. Por eso los poderosos controlan la ley, pues ésta es resultado de su fuerza. Con Spinoza se supera esa ingenua concepción del origen neutro de la ley y de la igualdad de los ciudadanos ante ella. De ahí que, frente al poder de los poderosos sea preciso reconstruir el poder de los ciudadanos, la alianza de los comunes ante el expolio del insaciable capital.
Esa es la tarea que una izquierda responsable, una izquierda social, política, sindical, debe abordar sin tardanza, consciente del momento histórico que atravesamos. La repolitización de la ciudadanía, la concienciación del poder que implica la suma en lo común se convierten en urgente cometido político. Una tarea que, para que resulte creíble, debe ser abordada desde el ejemplo de la confluencia en un programa común alternativo de las diferentes izquierdas que en nuestro país y en nuestra comunidad existen.
Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza
2 comentarios
Román -
La izquierda debe construir un discurso coherente, creible y alternativo al capitalismo. Demasiados años acomplejados y aceptando como única realidad el capitalismo neoliberal conlleva a que los lideres políticos que han ejercido durante ese periodo de tiempo no pueden servirnos para este cometido, ya que no se plantean que pueda haber vida más allá del capitalismo.
No faltan ni faltarán jovenes preparados que quieran cambiar el mundo. Creo que eso es una continuidad en la Historia y en las revoluciones. Siempre en ellas hay mucho de choque generacional. No pretendamos que los lideres actuales planteen un escenario distinto, debemos crearlo desde abajo.
junco -
¿en qué consiste ser de izquierdas hoy?
¿en promover la "dictarura del proletariado"? ¿en preparar el asalto a no se qué palacio de invierno?...
Bueno será saber de dónde venimos.Hace 100 años los jóvenes españoles humildes, que eran la gran mayoría, eran llevados al matadero del Rif. Hace 50 años, el exilio por motivos politicos y económicos era una inapelable realidad.
Claro que a esa gente que tan mal lo pasaba hace 50 ó 100 años, hadie le quitaba la esperanza en un futuro mejor.
Desde hace 20 años, con la democracia y los aportaciones europeas, el panorama cambió radicalmente, Autovías, AVE, crédito DEMASIADO fácil, hasta llegaban cantidades ingentres de inmigrantes...El caso es que cuando el viento va a favor, nadie se queja del aire que hace, pero España se comportaba como un nuevo rico,
La realidad, aunque tarde, nos está poniendo en nuestro sitio. Atrás han quedado (fracasados) cualquier intento revolucionario. Si nuestros mayores tenian esperanza, los jóvenes (sin ninguna revolución pendiente, o por lo menos posible) tienen espectativas, que son esperanzas muy degradadas.
También es verdad que hay más espacio que nunca para la libertad individual. Para que cada cual defina su sitio como ciudadano (y cómo consumidor).
Esa, entiendo que es la función de la nueva izquierda. Al fin y al cabo (como dijo no se si Manuel Vicent o Vázque Moltanbán) ser de izquierdas en el siglo XXI consiste en no ser de derechas.
algo más me alargaría pero lo dejo para el siguiente estículo sobre lo idiotas que somos los españoles...